
El 4 de julio, estuve en el Club Soda de Móntreal. La sala es perfecta, pequeña, mal iluminada, con mesitas para tomarte una copa mientras escuchas un concierto.
Yo iba a oir en directo a
Mark Murphy, que llegó puntual, sonrío con esa cara de Al Pacino operadísimo, nos enseñó su camisa imposible, de raso, a rayas multicolores y presentó a su grupo de pasadilla, demostrando que el importante era él (il divo divino).
A los cinco minutos, dejé de prestarle atención al cantante. El trompetista,
Brian Newman, llevaba todo el peso de la actuación. Es joven e iba bien vestido, a la antigua, con un traje cortado a medida, camisa, corbata y tirantes. También tiene un aire famoso (se parece a Adrien Brody en el Pianista).
Sólo estaba él, iluminado a la izquierda, con su trompeta lanzando destellos. Brillaba y yo hacía años que no disfrutaba tanto. La música en mi cabeza, muriendóme de placer y de melancolía porque cada canción me acercaba más al final de aquella música ardiente...