
Salgo con ella a cuestas, con el propósito de no fotografiar cualquier cosa, porque sé que en cuanto dispare la primera vez, no podré alejar el dedo del botón ametrallador. En diez minutos soy capaz de disparar sesenta veces, intentando captar la belleza que sólo yo veo en los detalles. Quizás tenga demasiada imaginación y vea siluetas turbias que en realidad no existen. O puede ser que mi vieja cámara no sea lo suficientemente mágica para cazar las imágenes que yo veo.
Pero algo me dice, que la cámara que me ha regalado C. va a ser la caja encantada y definitiva. La que va a llevarme lejos, la que va a ser capaz de entender mi visión del mundo y plasmarla para que los demás la vean.